domingo, 24 de mayo de 2015

Este no será el mejor de mis poemas

Tú que me has salvado
de tantas estaciones
tantas muertes imaginarias
tantos trabajos forzados.

Tú que has sido mi Cabra Mecánica,
mi Sabina, mi Andrés,
mi Jaime Gil de Biedma,
mi enfermedad y mi curandero.

Tú que has sido mi camello,
mi final del túnel,
mi tren parado,
mi tren.

Tú, mi David J,
la primera canción,
solo cuando tú viniste
hubo luz en mi vagón.

Tú, mi fiesta favorita,
la Cuenca del vértigo y la siesta,
el placer extendido sobre la mesa,
el dedo sobre la lengua.

Tú, con mi nombre a cuestas,
burgués y anarcofabulista,
durmiendo en el salón como en otra patria
como en otra familia.

Tú, mi llave del viento,
mi fé ciega,
donde arrojé mis tesoros
y mis miserias.

Mi pecho se desgañita,
tengo la terrible certeza
de que te debe estar doliendo
hasta el más feliz de nuestros recuerdos.

Este no será el mejor de mis poemas
pero nos va a escocer
como una herida,
a punto de convertirse en cicatriz.



martes, 19 de agosto de 2014

Insomnio de casa nueva

La noche lúcida
si existe
estará donde el eco alumbrador de una quimera
donde el baño sucio que amenaza enfermo
y sin embargo te atrae
como un portón de casa vieja.

Decirlo todo
con tan poco
intentarlo una y otra vez
hasta que el sueño caiga rendido
después de mucho batallar
en esta casa.

Te observo
gato que juega
con sus propios huesos
a ser más fiero.

La luz que amanece en la plaza
no puede ser la de mañana
aunque lo quieras.

Guardaremos un rincón
donde aflojar la soga que retrae nuestra lengua
tendremos que compartirlo
con admiración carcelaria
-quién está atado-
para que yo me quede contigo
y tú conmigo
y haya espacio para juntarnos
en esta trama.

martes, 19 de noviembre de 2013

Una adaptación falseada


Esta ciudad avienta ideas extrañas sobre cómo sobrevivir sin miedo o como dominarlo con látigo de espuma o frutos secos. Así imagino un libro sobre una mesa en la habitación, un armario donde colgar mi ropa junto a la tuya, unas lámparas que cuelgan del techo alargadas y móviles o un ascensor para tener la posibilidad de que me rescaten.

 (A veces te hablo a ti y otras no eres tú en quien pienso cuando me muerdo las palabras)

Creo que cada vez me parezco más a la persona que esta ciudad quería que fuera, con mi taza de té y mis pantalones de cuadros, mi prisa al subir las escaleras, y mi silencio de pájaro estrangulado. Pero se multiplican las conversaciones con extraños en los trenes, he comenzado a pedir ayuda incluso cuando no la necesito y ya no tengo que recordar el nombre de algunas calles porque a menudo hay un bar en la esquina que nos da la pista final.

Sin embargo, siempre habrá algo al otro lado de ese parque natural que siempre he visto desde una ventanilla, algún escupe fuego manso, una perra flacucha y vieja, unos niños que se abrazan en la estación (trenepuerto), o una madre que acumula por igual objetos y pensamientos, que me harán revivir esa duda cierta o esa certeza inútil, el lugar donde la felicidad me lleva en volandas, un lugar que no existe ni aquí ni allí pero que siempre ando buscando. 

domingo, 25 de agosto de 2013

Diez meses después


Vine aquí con el valor de un gato abandonado,
con la impaciencia de una mujer que se abanica.
Esperé a ser tentada por la suerte o por el vicio,
queriendo seducirlos con la boca o con los títulos.

Pero hay una luz que solo te señala cuando estás desnuda.

lunes, 16 de julio de 2012

Anécdota


La casa se queda sola, y yo hago como siempre, abro el frigorífico, cojo un botellín, me lío un cigarrillo, escojo un  libro. Me siento sobre una silla y pongo los pies sobre la cama, lo dispongo todo para que todo me quede cerca. Y así estirar los brazos e intercalar una cosa con la otra: fumar, leer, beber. De repente en una de estas, comprendo algo  

“Desde esta ciudad  silenciosa
en el fondo
a pesar de todo el ruido
que dicen
llena otras calles”
Roberto Terán

Estar solos a pesar de. Escoger a pesar de. Comprendo que ahora no me apetece escribir así
Obligándome
torpemente
a seguirles la corriente.

Repito la casa se queda sola, y yo me acuerdo de los que están lejos, o de los que ya ni siquiera lejos. Y me acuerdo del sindicato, de las mesas largas, de las frentes arrugadas, y de los discursos, sobretodo de los discursos. Pienso en que yo ahí ya fumaba aunque no tenía edad para casi nada. Salvo para jugar a entender lo que no entendí hasta mucho después, o quizás aún. Esa herencia de palabras es demasiado pesada, demasiado valiosa para decidir dejarlo todo ahora porque ahora es cuando, porque ahora. Recuerdo sus voces, las voces graves del tabaco, pero también las voces graves del yeso, de la cerámica, de la uralita. Las manos no poéticamente encalladas, las ideas no poéticamente encalladas. Recuerdo sus voces, y ahora qué, ahora qué harían ellos. Subirse al tren, dejarlo casi todo. Subirse al avión y dejarlo todo. Poner el despertador a la cinco de la mañana, llevar a la niña en el carrito hasta otra casa, volver al punto de encuentro de todos los días, alzar la mano para parar el coche conocido como todos los días, alzar las manos y remangarse para hundirlas en aquel líquido corrosivo y cancerígeno de nombre impronunciable y esperar afanosamente a que termine la jornada para volver a la otra casa y recoger a la niña. Antes casi todo era costumbre, así aprendí a escuchar, nada de clases, nada de role playing, que te sienten en unas silla, que te de un bolígrafo con unas siglas, que te den un papel con unas siglas y que te dediques a hacer garabatos o a pasear por la sala de reuniones o a rebuscar en las orejas de los otros, o que de vez en cuando te dediques a intentar descifrar las conversaciones de los otros. 

Manifestación. Estatuto. Juicio. Despido improcedente. Comité. Delegado. Primas. Esquirol. Huelga. Salario. Horas extras. No son conceptos nuevos. Repito, no lo son.

No sé que ha quedado de mí después de la adolescencia. Y me pregunto por qué no leí yo en aquellos años estos libros que ahora leen chicas de 16. Y después de mucho, mucho tiempo, me respondo. Entonces nadie a mi alrededor leía estos libros. Entonces aquellas mujeres de chaqueta y falda enfundada por encima de las rodillas (señora, tenga cuidado no se vaya a usted a pisar la falda, decía una monja) no tenían tiempo de eso. Sencillamente. Se miraban las manos, y planeaban la manera de acabar con aquellos que habían construido todo un imperio por encima de sus cicatrices. Todo eso llevaba tiempo. Mirarse. Comparar. Decidir. Aprender las leyes, explicarlas, dejar a la niña en la otra casa, presionar para que se aplicaran. Entonces no eran estos libros en donde había que buscar, o en donde ellos creían que había que buscar, a lo mejor estaban equivocados pero y qué, hicieron mucho más de lo que nosotros nos atrevemos a hacer ahora.
Y así, todo eso se repite en mi cabeza una y otra vez, porque con ese tipo de herencias lo único que puedes hacer es invertir. Y hasta que no se haga, hasta que los herederos, que no somos pocos por suerte, no lo hagan, todo lo que vivimos en aquellos despachos repletos de humo y palabras pesadas seguirá siendo una simple anécdota.

Alguien decía que había que trascender. 

domingo, 1 de julio de 2012

Desquitarme


Escribo esto ya por la mañana que es lo peor que se puede hacer, con las ideas intoxicadas por los múltiples sueños. A veces no es bueno meditar lo que una quiere quitarse de encima, se vuelve pegajoso.
Llevo tiempo queriendo decir que últimamente leo a gente que habla de cuerpos desmembrados, cabezas que ruedan, niños que asesinan a otros niños, sangre y otros fluidos. Muertes violentas. Asesinos. Estos poetas describen al detalle cada imagen, el pelo, las uñas, la boca sangrando, y todo eso que no quiero repetir. Una y otra vez, sin descanso. No me gustan. Llevo tiempo preguntándome cuántos muertos habrán visto. No los entiendo. Lo intento pero no lo consigo. No dejo de leerlos aunque creo que no me hacen bien. Todos tenemos una parte sórdida imposible de gobernar pero qué asco me da. ¿Cuántos muertos habrán visto? ¿Cuántos muertos habrán visto? Pienso, si llegara alguna vez a preguntarles, seguro que no me darían una respuesta sencilla, como un número o una fecha. Es excesivo. Me pregunto por qué no me gustan cuando a todo el mundo si, ¿a todo el mundo? Quieren provocar. Pesadillas. No forman parte de mi generación, o quizás sí, algunos dirían que sí, pero yo no encuentro ninguna resonancia, al menos no más resonancias que con la generación de mi madre. No, desde luego, comparto más con esa generación que nació en los cincuenta y que sí me daría una respuesta sencilla a mi pregunta.
También está aquello de la “superindividualidad”, a veces olvidan casi todo alrededor, o esa es mi sensación, como si alrededor de su cuerpo y sus fantasías no hubiera nada. Me recuerda un poco a la mano del Dios creador. Usan esto y aquello, nombres, títulos, objetos, para ensalzarse a sí mismos. Sobresale la utilidad y la proyección que se da de uno mismo. Se fotografían y se publicitan. También eso es poesía, claro. De verdad me gustaría que alguien me lo explicara, de verdad que alguien me diga que hay cosas por debajo de todo eso que no estoy percibiendo. Pero todos lo hacemos, me van a decir algunos. Vale, puede que sí. ¿Significa eso que está bien? ¿Dónde está el límite?. No existen límites, no existen barreras blablabla.
Voy a volver al poesías completas de Antonio Machado que me regaló esa mujer que nació en los cincuenta, cuando ella tenía cuarenta y tres, y yo tenía nueve años, y que yo empecé a leer sin entender nada mientras la esperaba sentada en la recepción de un hospital. A ver si me aclaro.

El demonio de mis sueños
ríe con sus labios rojos,
sus negros y vivos ojos,
sus dientes finos, pequeños.
Y jovial y picaresco
se lanza a un baile grotesco,
luciendo el cuerpo deforme
y su enorme
joroba. Es feo y barbudo,
y chiquitín y panzudo.
Yo no sé por qué razón,
de mi tragedia, bufón,
te ríes... Mas tú eres vivo
por tu danzar sin motivo.


Mi bufón. Antonio Machado.

Entonces me daba más miedo esto que lo que ocurría unos metros por encima de mi cabeza, pero lo leía una y otra vez y así me tranquilizaba con la musiquilla.