martes, 19 de noviembre de 2013

Una adaptación falseada


Esta ciudad avienta ideas extrañas sobre cómo sobrevivir sin miedo o como dominarlo con látigo de espuma o frutos secos. Así imagino un libro sobre una mesa en la habitación, un armario donde colgar mi ropa junto a la tuya, unas lámparas que cuelgan del techo alargadas y móviles o un ascensor para tener la posibilidad de que me rescaten.

 (A veces te hablo a ti y otras no eres tú en quien pienso cuando me muerdo las palabras)

Creo que cada vez me parezco más a la persona que esta ciudad quería que fuera, con mi taza de té y mis pantalones de cuadros, mi prisa al subir las escaleras, y mi silencio de pájaro estrangulado. Pero se multiplican las conversaciones con extraños en los trenes, he comenzado a pedir ayuda incluso cuando no la necesito y ya no tengo que recordar el nombre de algunas calles porque a menudo hay un bar en la esquina que nos da la pista final.

Sin embargo, siempre habrá algo al otro lado de ese parque natural que siempre he visto desde una ventanilla, algún escupe fuego manso, una perra flacucha y vieja, unos niños que se abrazan en la estación (trenepuerto), o una madre que acumula por igual objetos y pensamientos, que me harán revivir esa duda cierta o esa certeza inútil, el lugar donde la felicidad me lleva en volandas, un lugar que no existe ni aquí ni allí pero que siempre ando buscando. 

3 comentarios:

Óscar Sejas dijo...

Quién sabe, tal vez aparezca de pronto ese lugar. Al menos la búsqueda nos mantiene en movimiento.

Salud.

Anónimo dijo...

Que maravilla leer tu entrada en un aeropuerto al otro lado del mundo.. Nos vemos en uno o dos días allí, que tengo que contarte muchas cosas de aquí. besos. Ana

Libertad dijo...

Oski: sin duda.

Ana: Te veo en un rato en este lado del mundo.