Esta ciudad
avienta ideas extrañas sobre cómo sobrevivir sin miedo o como dominarlo con
látigo de espuma o frutos secos. Así imagino un libro sobre una mesa en la habitación,
un armario donde colgar mi ropa junto a la tuya, unas lámparas que cuelgan del
techo alargadas y móviles o un ascensor para tener la posibilidad de que me
rescaten.
(A veces te hablo a ti y otras no eres tú en
quien pienso cuando me muerdo las palabras)
Creo que cada
vez me parezco más a la persona que esta ciudad quería que fuera, con mi taza
de té y mis pantalones de cuadros, mi prisa al subir las escaleras, y mi
silencio de pájaro estrangulado. Pero se multiplican las conversaciones con
extraños en los trenes, he comenzado a pedir ayuda incluso cuando no la
necesito y ya no tengo que recordar el nombre de algunas calles porque a menudo
hay un bar en la esquina que nos da la pista final.
Sin embargo,
siempre habrá algo al otro lado de ese parque natural que siempre he visto
desde una ventanilla, algún escupe fuego
manso, una perra flacucha y vieja, unos niños que se abrazan en la estación
(trenepuerto), o una madre que
acumula por igual objetos y pensamientos, que me harán revivir esa duda cierta
o esa certeza inútil, el lugar donde la felicidad me lleva en volandas, un
lugar que no existe ni aquí ni allí pero que siempre ando buscando.
3 comentarios:
Quién sabe, tal vez aparezca de pronto ese lugar. Al menos la búsqueda nos mantiene en movimiento.
Salud.
Que maravilla leer tu entrada en un aeropuerto al otro lado del mundo.. Nos vemos en uno o dos días allí, que tengo que contarte muchas cosas de aquí. besos. Ana
Oski: sin duda.
Ana: Te veo en un rato en este lado del mundo.
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