domingo, 1 de julio de 2012

Desquitarme


Escribo esto ya por la mañana que es lo peor que se puede hacer, con las ideas intoxicadas por los múltiples sueños. A veces no es bueno meditar lo que una quiere quitarse de encima, se vuelve pegajoso.
Llevo tiempo queriendo decir que últimamente leo a gente que habla de cuerpos desmembrados, cabezas que ruedan, niños que asesinan a otros niños, sangre y otros fluidos. Muertes violentas. Asesinos. Estos poetas describen al detalle cada imagen, el pelo, las uñas, la boca sangrando, y todo eso que no quiero repetir. Una y otra vez, sin descanso. No me gustan. Llevo tiempo preguntándome cuántos muertos habrán visto. No los entiendo. Lo intento pero no lo consigo. No dejo de leerlos aunque creo que no me hacen bien. Todos tenemos una parte sórdida imposible de gobernar pero qué asco me da. ¿Cuántos muertos habrán visto? ¿Cuántos muertos habrán visto? Pienso, si llegara alguna vez a preguntarles, seguro que no me darían una respuesta sencilla, como un número o una fecha. Es excesivo. Me pregunto por qué no me gustan cuando a todo el mundo si, ¿a todo el mundo? Quieren provocar. Pesadillas. No forman parte de mi generación, o quizás sí, algunos dirían que sí, pero yo no encuentro ninguna resonancia, al menos no más resonancias que con la generación de mi madre. No, desde luego, comparto más con esa generación que nació en los cincuenta y que sí me daría una respuesta sencilla a mi pregunta.
También está aquello de la “superindividualidad”, a veces olvidan casi todo alrededor, o esa es mi sensación, como si alrededor de su cuerpo y sus fantasías no hubiera nada. Me recuerda un poco a la mano del Dios creador. Usan esto y aquello, nombres, títulos, objetos, para ensalzarse a sí mismos. Sobresale la utilidad y la proyección que se da de uno mismo. Se fotografían y se publicitan. También eso es poesía, claro. De verdad me gustaría que alguien me lo explicara, de verdad que alguien me diga que hay cosas por debajo de todo eso que no estoy percibiendo. Pero todos lo hacemos, me van a decir algunos. Vale, puede que sí. ¿Significa eso que está bien? ¿Dónde está el límite?. No existen límites, no existen barreras blablabla.
Voy a volver al poesías completas de Antonio Machado que me regaló esa mujer que nació en los cincuenta, cuando ella tenía cuarenta y tres, y yo tenía nueve años, y que yo empecé a leer sin entender nada mientras la esperaba sentada en la recepción de un hospital. A ver si me aclaro.

El demonio de mis sueños
ríe con sus labios rojos,
sus negros y vivos ojos,
sus dientes finos, pequeños.
Y jovial y picaresco
se lanza a un baile grotesco,
luciendo el cuerpo deforme
y su enorme
joroba. Es feo y barbudo,
y chiquitín y panzudo.
Yo no sé por qué razón,
de mi tragedia, bufón,
te ríes... Mas tú eres vivo
por tu danzar sin motivo.


Mi bufón. Antonio Machado.

Entonces me daba más miedo esto que lo que ocurría unos metros por encima de mi cabeza, pero lo leía una y otra vez y así me tranquilizaba con la musiquilla.


No hay comentarios: