En esta casa tan pequeña ya no hay espacio para esconderse.
En esta casa de aluminio blanco y rejas.
De pan y ceniza.
Me vuelvo hacia el pasado y miro aquel piano y aquellas
ventanas
el jardín abandonado,
los columpios oxidados.
El pasado era ayer pero aún está conmigo.
Si, le estoy siendo infiel a esta mesa, y a este colchón que
soporta mi cuerpo algunos días.
Todavía puedo rememorar el dolor en los huesos, el dolor de
la carne,
y también la nostalgia de esto
aunque ahora la nostalgia de lo otro.
Lo otro, sí, que aún está conmigo.
Ahora quiero vivir en otro lugar y también aquí.
Y pienso Madrid, Barcelona, Swanage.
Donde están los amigos, donde las paredes del cuerpo se
reblandecen
y puedes pasear con el corazón de la mano.
Nos han prohibido jugar a la pelota y también quedarnos.
Han quitado de las plazas todos los bancos
donde alguna vez creímos ser adultos
donde masticábamos pipas con cáscara
donde soportábamos el calor de la tarde y fumábamos con
nocturnas esperanzas.
El gobernador no tiene las manos manchadas de tierra.
Pienso que las esponjas podrán soportar el polvo y la
humedad
mientras aguardan las manos.
Ahora me doy cuenta del ruido de esas cataratas que se
suceden de noche
que durán unos segundos, quizás un minuto
que al poco se mueren
o despiertan.
Es el agua golpeando los tejados de uralita,
es el agua sacudida de los pisos sin secadora,
de esos vecinos (quiero creer) que no tienen tiempo de
escurrir sus telas
o a los que les gusta como a mi escucharla barriendo el
patio de colillas,
el patio de cemento y flores
a los dos de la mañana
de un domingo de junio
en una ciudad extrema.
3 comentarios:
Oh, se te escapa la poesía a borbotones. Bravo!!
Sí, se nota en la frecuencia con que paso por aquí. Gracias!
Al menos cuando vienes, vienes. Y a lo grande, sí señor.
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