La casa se queda sola, y yo hago como
siempre, abro el frigorífico, cojo un botellín, me lío un cigarrillo, escojo
un libro. Me siento sobre una silla y
pongo los pies sobre la cama, lo dispongo todo para que todo me quede cerca. Y
así estirar los brazos e intercalar una cosa con la otra: fumar, leer, beber. De
repente en una de estas, comprendo algo
“Desde esta ciudad silenciosa
en el fondo
a pesar de todo el ruido
que dicen
llena otras calles”
Roberto Terán
Roberto Terán
Estar solos a pesar de. Escoger a pesar
de. Comprendo que ahora no me apetece escribir así
Obligándome
torpemente
a seguirles la corriente.
Repito la casa se queda sola, y yo me
acuerdo de los que están lejos, o de los que ya ni siquiera lejos. Y me acuerdo
del sindicato, de las mesas largas, de las frentes arrugadas, y de los
discursos, sobretodo de los discursos. Pienso en que yo ahí ya fumaba aunque no
tenía edad para casi nada. Salvo para jugar a entender lo que no entendí hasta
mucho después, o quizás aún. Esa herencia de palabras es demasiado pesada,
demasiado valiosa para decidir dejarlo todo ahora porque ahora es cuando, porque
ahora. Recuerdo sus voces, las voces graves del tabaco, pero también las voces
graves del yeso, de la cerámica, de la uralita. Las manos no poéticamente encalladas,
las ideas no poéticamente encalladas. Recuerdo sus voces, y ahora qué, ahora
qué harían ellos. Subirse al tren, dejarlo casi todo. Subirse al avión y
dejarlo todo. Poner el despertador a la cinco de la mañana, llevar a la niña en
el carrito hasta otra casa, volver al punto de encuentro de todos los días,
alzar la mano para parar el coche conocido como todos los días, alzar las manos
y remangarse para hundirlas en aquel líquido corrosivo y cancerígeno de nombre impronunciable
y esperar afanosamente a que termine la jornada para volver a la otra casa y
recoger a la niña. Antes casi todo era costumbre, así aprendí a escuchar, nada
de clases, nada de role playing, que te sienten en unas silla, que te de un
bolígrafo con unas siglas, que te den un papel con unas siglas y que te
dediques a hacer garabatos o a pasear por la sala de reuniones o a rebuscar en
las orejas de los otros, o que de vez en cuando te dediques a intentar
descifrar las conversaciones de los otros.
Manifestación. Estatuto. Juicio.
Despido improcedente. Comité. Delegado. Primas. Esquirol. Huelga. Salario.
Horas extras. No son conceptos nuevos. Repito, no lo son.
No sé que ha quedado de mí después de la
adolescencia. Y me pregunto por qué no leí yo en aquellos años estos libros que
ahora leen chicas de 16. Y después de mucho, mucho tiempo, me respondo.
Entonces nadie a mi alrededor leía estos libros. Entonces aquellas mujeres de chaqueta
y falda enfundada por encima de las rodillas (señora, tenga cuidado no se vaya
a usted a pisar la falda, decía una monja) no tenían tiempo de eso. Sencillamente.
Se miraban las manos, y planeaban la manera de acabar con aquellos que habían
construido todo un imperio por encima de sus cicatrices. Todo eso llevaba
tiempo. Mirarse. Comparar. Decidir. Aprender las leyes, explicarlas, dejar a la
niña en la otra casa, presionar para que se aplicaran. Entonces no eran estos
libros en donde había que buscar, o en donde ellos creían que había que buscar,
a lo mejor estaban equivocados pero y qué, hicieron mucho más de lo que
nosotros nos atrevemos a hacer ahora.
Y así, todo eso se repite en mi cabeza
una y otra vez, porque con ese tipo de herencias lo único que puedes hacer es
invertir. Y hasta que no se haga, hasta que los herederos, que no somos pocos
por suerte, no lo hagan, todo lo que vivimos en aquellos despachos repletos de
humo y palabras pesadas seguirá siendo una simple anécdota.
Alguien decía que había que trascender.
5 comentarios:
"Las manos no poéticamente encalladas, las ideas no poéticamente encalladas."
Me he quedado en esa frase. Luego he seguido leyendo, pero volvía ahí todo el tiempo. Me gusta cómo escribes, aunque a veces no entienda del todo el contexto, aunque de alguna manera falten datos o puede que incluso no lo hagan y en el fondo sí que se entienda. No lo sé. El caso es que acabo de pensar en la vida poéticamente encallada. Y es una descripción jodidamente cierta, me temo. Con algo de belleza, a pesar de. Pero mucho dolor. En fin, no sé. Hay días que no podemos sacarnos de encima las palabras, supongo. Y pesan demasiado...
(espero que te gustaran McEnroe, por cierto :)
No es anécdota. Es vivencia. Qué hermosa entrada. Y qué suerte de recuerdos rodeada de gente que habla para ayudar a lo demás. Seguirá ¿no?
No es anécdota. Es vivencia. Qué hermosos recuerdos rodeada de gente que habla para ayudar a los demás. Habrá más ¿no?
Supongo que tendremos que trascender sí o sí, no podemos quedarnos parados y pensando que podemos seguir el guión establecido. Tarde o temprano tendremos que volver a las calles y exigir que aquello que se luchó en los despachos vuelva.
Me enganchó tu forma de escribir.
Pues sabes... yo ya había estado por aquí antes. Qué bueno poner mirada a la que se esconde tras las palabras. Beso.
Publicar un comentario